Más que un presidente. Donald Trump ha sido una época, un mensaje y una forma de entender la política.
Llegó al Partido Republicano como una voz de protesta. Contra el sistema, contra el declive industrial y contra la inmigración.
Nunca se consideró un populista. Era un outsider, alguien ajeno a la política Su voz, decía, era el grito del americano medio.
Quiso encarnar el nuevo patriotismo de los viejos tiempos. Hagamos grande America otra vez, fue su lema, y su excusa.
Su primera promesa: construir un muro en toda la frontera con México que exigió pagar a los propios mexicanos.
Nunca lo culminó. Sus grandes promesas levantaron polémica pero pocos resultados, en un eterno duelo entre Trump y la realidad. Ha generado crecimiento económico, reducción del paro y bajada de impuestos.
A cambio la recaudación fiscal se ha hundido y las políticas sociales se han decaluado.
Sus tres grandes retos han sido también las tres evidencias de sus fobias: la inmigración, el cambio climatico y el coronavirus.
Llegó prometiendo cambiar el curso de la historia. Su imagen tras la derrota le muestra jugando al golf.
¿Y ahora qué?
Joe Biden necesitaba los votos de 270 delegados. Esos delegados tiene que presentar sus votos en cada uno de sus estados a finales de diciembre. Esos 538 votos se llevan al capitolio y se cuentan en una ceremonia solemne el 9 de enero.
Biden debe recibir el respaldo de 270. Y el día 20 de enero, Joe Biden toma posesión de su cargo como presidente, acompañado de su familia y con una celebración que no sabemos como será esta vez a causa del covid.