Comenzamos nuestra quinta ruta en los Jardines del Descubrimiento. Aquella época de exploración y conquista cambió el mundo para siempre. Por primera vez en la Historia, todos los continentes estaban unidos por relaciones comerciales o políticas. ¡Colón puso la primera piedra para que el mundo fuera una Aldea Global!
La estatua de Colón tiene una historia tan rocambolesca como la de la propia conquista de América. ¡Agarraos fuerte! La estatua iba a ser un regalo de bodas para Alfonso XII y María de las Mercedes (1887) pero, por el azar de la vida, Madrid tuvo que esperar hasta 1892 para honrar a Colón como merecía. Y en esas, ¡Barcelona tomó la delantera!, y aprovechando la Exposición Universal de 1888, inauguraron allí el monumento a Colón de las Ramblas.
En el mismo enclave encontramos la estatua de Blas de Lezo, un héroe tristemente olvidado. A los 25 años, Blas ya era un veterano que había perdido en el fragor de la batalla un ojo, una pierna y la movilidad de un brazo. Por eso los ingleses le menospreciaron llamándole “Medio hombre”. Pronto comprobarían que Blas era más ‘hombre’ de lo que pensaban.
Seguimos camino hasta el Monasterio de Las Salesas, última morada de Bárbara de Braganza, una princesa portuguesa no muy agraciada que, sin embargo conquistó el corazón de Fernando VI. Los madrileños, con su guasa
habitual, cantaban: 'Bárbaro edificio, bárbara renta, Bárbaro gasto, Bárbara reina'.
En plano Paseo de Recoletos hacemos una parada para contemplar la estatua de Don Ramón María del Valle-Inclán, el barboso y genial escritor cuyo carácter era, por decirlo de alguna manera, peliagudo.
Aunque suene raro, Carlos III concibió el Paseo del Prado como un circo romano. Por eso las fuentes de Neptuno y de Cibeles, en un principio, se miraban. Apolo, una obra maestra del neoclasicismo español, se sitúa en medio, como era habitual en los circos romanos.
Dejamos por un momento el paseo para visitar el Cristo de Medinaceli. Cuenta la historia que la imagen fue trasladada a Marruecos para bendecir las victorias españolas, capturada y rescatada por si peso en oro. Según la leyenda, el cristo obró el milagro de ‘adelgazar’ en el pesaje para mermar lo menos posible las arcas reales.
Terminamos nuestra ruta enfrente del Museo del Prado. Velázquez nos da la bienvenida, pero no nos cuenta cómo consiguió aparecer en Las Meninas con la Cruz de Santiago en el pecho, un honor que no le correspondía. Pero ¿La pintó él mismo?... Misterios de la historia.