Kamchatka suena a juego de mesa o a película argentina protagonizada por Ricardo Darín, pero se trata, en realidad, de una península situada en uno de los últimos confines del planeta.
Es una gran lengua de tierra situada en el lejano oriente ruso, copada por volcanes, bosques y ríos remontados cada verano por salmones, bajo la atenta mirada de miles de osos pardos a la espera de darse un festín.
Parte de su encanto reside en su inaccesibilidad. Ha sido un territorio vetado a los visitantes hasta los años noventa, porque fue una base estratégica esencial durante la Guerra Fría.
Kamchatka tiene más de trescientos volcanes, de los cuales unos treinta se encuentran activos. Bajo sus laderas viven más de veinte mil osos pardos, además de alces, renos, lobos, linces o zorros. En sus costas nadan ballenas, orcas, focas, nutrias y leones marinos. Y surcan sus cielos frailecillos y pigargos de Steller, el águila marina más grande del planeta.
Nadie mejor para conocer este recóndito lugar que Roberto Carlos López, asesor de Pangea The Travel Store, entusiasta de los viajes de naturaleza y los destinos poco trillados. Rusófilo y amante de la vulcanología, que ha estado en Kamchatka en diversas ocasiones.
Como cada semana, abrimos los micrófonos a todos los oyentes, para que nos cuenten sus anécdotas y nos hagan llegar sus consultas. Y estrenamos la sección “Frontera Abierta” para que Tomás García Granados, de cronicoviajero.com, nos cuente los últimos cambios y restricciones en las fronteras del mundo.