"Dos mujeres": el viaje hacia el Oscar de Sofía Loren
Juan Luis Álvarez
Vittorio de Sica en 1960 llevó a Sofía Loren a conseguir el Oscar por su extraordinaria interpretación en “Dos mujeres”.
Primer Oscar para un papel no hablado en inglés, además. Las dos mujeres del título, una madre y su hija adolescente, huyen de Roma para evitar el caos que los alemanes han instalado en la capital. Su viaje va a estar lleno de peligros y de momentos tremendos, pero también encontrarán en el camino buenas gentes, comprometidas y valientes que harán que no pierdan la esperanza en que habrá un futuro mejor. La Loren sobrevuela la película con las alas desplegadas.
La historia de “Dos mujeres” se inicia cuando ese genio de la literatura italiana y universal llamado Alberto Moravia consiguió el que sería quizá el mayor éxito de su carrera: “La Ciociaria”. Allí fue evacuado junto con su esposa durante los peligrosos días de la segunda guerra mundial y utilizó las terribles experiencias observadas y vividas, para llenar la vida la historia de una madre y una hija a las que las circunstancias del conflicto obligan a huir de la capital, intentando buscar refugio en la aldea de la que proceden y de la que la mayor salió años antes para labrarse un futuro en la capital.
Nada va a ser lo esperado; dormirán hacinadas entre chinches, tendrán que buscar alimento para sobrevivir viéndose obligadas a afrontar situaciones desesperadas. Habrá algún momento para la alegría y la esperanza, pero serán los menos. El peligro y la tragedia tienen a todos en vilo pero a ellas mucho más, por las razones habituales y los causantes pueden ser de un bando o de otro; al final se hace difícil distinguirlos. La película muestra como los ideales se desvanecen ante el frío, el hambre y el miedo.
El productor Carlo Ponti, pareja de Sophia Loren, vio claro que, aparte del interés del proyecto, había un papel excepcional para la actriz con la que compartía su vida: el de la hija de mirada inocente que no sale de su asombro ante la desolación que contempla alrededor. Le ofreció el papel de madre a la gran Anna Magnani, pero no consiguió convencerla. La veterana actriz no se veía al lado de una Loren de 26 años, mucho más alta que ella, mucho más joven que ella y mucho más bella.
Probablemente se equivocó – y espantó a George Cukor con su negativa, al que se le ofreció la dirección -, pero rápidamente se rebajaron las edades de los personajes y Sophia encarnó a la madre y Eleonora Brown una niña de 13 años sin experiencia, a la pequeña: ambas se llevaron tan bien que aun hoy mantienen en el contacto. Y se contrató a Vittorio de Sica para la dirección, teniendo en cuenta su estatus dentro del surrealismo, su compromiso y su capacidad para trabajar con actores noveles. Aunque a veces se le iba la mano. Para hacer llorar a la niña en una toma, le dijo que sun padres habían tenido un accidente y estaban en el hospital.
Como Rosellini, Vittorio de Sica provenía de una familia acomodada, y gracias a su empeño personal, y a su apostura latina, logró hacer carrera actor y director teatral en la Roma de los años treinta, pasando después al cine donde continuó perseverando en ambas facetas. Como cineasta, desde el principio dejó muy claros su intención y su compromiso. Cuando en 1944 rodó “La puerta del cielo” y, con 300 extras judíos que el régimen de Mussolini le había facilitado, alargó la filmación varias semanas con las más absurdas excusas, esperando a que llegaran los aliados para liberar el país. Salvó todas aquellas vidas en medio de un drama humano de auténtico alcance. Su eterna sonrisa y sus buenas maneras eran buenos cortafuegos cuando hacía falta.
Si como director, películas como “Ladrón de bicicletas” o “Dos mujeres” le granjearon un enorme prestigio internacional, como actor siempre fue solvente, aunque quizá algo más peregrino.
Se sintió cómodo en la comedia costumbrista “Made in Italy” y la convirtió en filón, bien flanqueado por la espectacular Gina Lollobrígida, llegando incluso a protagonizar algunas en España, donde se asentó durante un tiempo.
Perfil de Sophia Loren
Sophia Scicolone es, sin duda, la mayor estrella femenina que Europa exportó al cine internacional en la época dorada del mismo y ha mantenido tan honroso lugar durante más de cinco décadas. Nacida en Roma en el 34, criada enNápoles en el bar que regentaba su madre desde que su padre las abandonó, destacó con toda lógica en diversos concursos de belleza y se dedicó a hacer fotonovelas, hasta que el productor Carlo Ponti, que la descubrió, la puso a trabajar en firme: llegó a hacer en 1954 diez películas, casi una al mes, preparó con esmero su salto a Hollywood y cuando vio que a ella no le era en absoluto indiferente Cary Grant, la pidió en matrimonio.
Ella aceptó cuando descubrió que para ella era algo más que un simple mentor y consiguieron muchas cosas juntos: dos hijos con dificultad, y un puñado de títulos inolvidables: Empezando por “Dos mujeres”, por la que consiguió ser la primera actriz ganadora del Óscar por una película de habla no inglesa, representando a una desgarrada madre impotente ante los desmanes y la violencia de la Italia de la segunda guerra mundial. Por cierto, dirigida por De Sica. Aunque las producciones de Hollywood eran vitales para ella y la convirtieron en la segunda actriz mejor pagada después de Elizabeth Taylor, aunque muchas se filmasen en Europa, siempre tenía tiempo de volver a su país donde le ofrecían lo mejor de los mejor, al lado del mejor. Mastroianni y Loren nunca dejaron de ser pareja profesional así que pasen veinte años. Nunca retirada del todo, es presencia imprescindible en festivales y entregas de premios y, de vez en cuando, se lanza de nuevo al ruedo para recordar la excelencia de una carrera que la hizo muy feliz.
Siempre fue una actriz carismática y excepcional pero nunca pareció tan auténtica como en la de esta noche, vestida malamente, sucia del polvo del camino, sin maquillaje y despeinada y tirando de sus cuatro cosas. No es de extrañar que, tras una larga noche, que se pasó cocinando pasta para una semana para aplacar los nervios, cuando Cary Grant le comunicó a las siete de la mañana que el Oscar era suyo la embragara la alegría de quien ve recompensado un trabajo ejecutado a la perfección.
Mención aparte merece la aparición del francés más legendario, Jean Paul Belmondo, que se encontraba al inicio de su dilatada carrera. Ya era el rostro masculino de la “Nouvelle Vague”, adorado por Godard, Truffaut y Melville, pero también cortejado por las comedias y el cine de acción más popular. Rompió la taquilla en 1964 con las aventuras de un soldado francés en “El hombre de Río” y desde entonces fue capaz de hacer malabarismos equilibristas entre el cine de autor y los logros más comerciales.
Le aporta humanidad a una película aún vigente en muchos aspectos y en más lugares del mundo de los que pensamos, es que habla de la guerra y de las cicatrices que deja, del desarraigo y del desamparo pero de también de los lazos familiares y de amistad. Y de lo que significan: de quererse, protegerse y cuidarse, aun en las circunstancias más difíciles.
Tomado de las memorias de la actriz con referencia a la que es sin duda la película más importante de su carrera. “Todavía hoy, cuando vuelvo a verla en alguna ocasión, basta una escena para hacerme revivir la emoción de la primera vez. La piedra lanzada contra el jeep de los soldados y los insultos son un grito de rebelión contra el odio que tuvo durante muchos años al mundo sometido. La llama de esa rebelión debe mantenerse encendida, incluso en tiempo de paz, para que no bajemos la guardia. Para que algo así no vuelva a suceder.