A través de ellos se pueden recordar con más claridad algunos momentos y lugares de nuestra infancia
Foto: ARCHIVO |Vídeo: Telemadrid
REDACCIÓN
El olor de la laca, el de la pintura o el olor del perfume que utilizaban nuestros padres cuando éramos niños, pueden haber marcando nuestro comportamiento sin que nos diéramos cuenta, y nos lo decimos nosotros, si no un estudio realizado en Japón.
Y es que, cada vez que volvemos a percibir un olor que nos recuerda a un momento o a una persona, nos transportamos a aquella experiencia y a lo que sentimos.
Según algunos estudios, los olores asociados a la infanciaquedan grabados en la memoria con el paso del tiempo, sin embargo, no sucede lo mismo con otros sentidos como el gusto o el tacto.
Por ejemplo, sí podemos recordar como olía la manta con la que nos tapaban de pequeños, pero no su tacto. Investigadores de la Universidad de Fukui (Japón) investigaron cómo funciona el mecanismo de la impronta olfativa y llegaron a la conclusión de que los olores que percibimos en nuestra infancia dejan una huella imborrable para el resto de la vida.
También descubrieron que la exposición a ciertos olores forma mapas sensoriales y circuitos neuronales en el cerebro que condiciona nuestros comportamientos sociales e incluso las decisiones que tomamos siendo adultos.
El olfato, como el resto de los sentidos, se va perdiendo con le edad, pero independientemente de esa circunstancia y según explican los expertos, se recuerdan mejor aquellas cosas, ya sean malas o buenas, que están relacionadas con nuestras emociones.