Entrar a la preciosa y enigmática Sala de los Espejos equivale a quedarse con la boca abierta intentando absorber todo lo que abarca la vista.
El arquitecto mayor de Carlos IV, Juan de Villanueva, diseñó este gabinete para la Reina María Luisa de Parma con una decoración a la francesa.
Su función originaria era ser el tocador de la monarca, de ahí la abundancia de espejos que dan nombre a la sala.
La decoración es excepcional, todo un programa iconográfico en talla de madera de peral, con pájaros, guirnaldas, paños fingidos, contarios y refinados bajorrelieves a los que hay que sumar los jarrones que actualmente se pueden encontrar en la estancia. Todos pertenecen a la época de Carlos IV.
Este salón fue cambiando de utilidad y a finales del siglo XIX principios del 20, se convirtió en un salón de reunión de la familia, en este caso en concreto de Alfonso XIII.
Las maravillas continúan en el techo: la lámpara es una joya, con forma de pagoda. Data del siglo XIX y es francesa con unos bronces molidos al mercurio algo que ya no se hace porque es muy tóxico, pero que otorga un brillo muy especial al metal.