El Imperio Romano dejó en Galapagar la Vía XXIX Antonina, una calzada romana del siglo III d.C., que cruza el municipio en diagonal del Norte al Sur. Uno de los tramos mejor conservados se encuentra cerca del Puente de El Toril y en el Descansero de La Pocilla, junto a la Casa de Cultura de Galapagar, de unos 200 y 43 metros respectivamente.
La vía unía las ciudades de Mérida y Zaragoza y su estructura está compuesta por grandes losas de piedra asentadas sobre pequeñas piedras de granito y cuarzo. Se localizó un miliario en el tramo de la calzada de la época del emperador Caracalla, entre el 213 y 217 d.C.
Para conocer mejor su historia, quedamos con Juan María González, director del IES Cañada Real e historiador especializado en arqueología. "Tiene una primera base de sedimentación con arena, luego se hecha rudus y encima se pone el enlosado. Siempre se tendía a hacer un poco de abombamiento para que hubiese un drenaje de agua en los laterales y evitar encharcamiento", explica.
Este tipo de infraestructuras cumplen dos funciones básicas. La primera de carácter militar porque tenía que servir para la rápida movilidad del ejército. Y la segunda es socioeconómica para facilitar la movilidad de personas, materias primas y material manufacturado. En este caso, Galapagar está pegado a la Cañada Real, un vial prehistórico para la trashumancia de ganado.
Con el desarrollo de su imperio, los romanos desplegaron una red de vías de más de 80.000 kilómetros a lo largo de 30 países. "De ahí que todos los caminos llevan a Roma", añade el profesor.
Y de la época romana pasamos a la época medieval-califal visitando el puente de la Alcanzorla, una obra de ingeniería musulmán sobre el río Guadarrama. "Se cree que guarda relación con una estrategia de vigilancia, no de paseo. Formaría parte de una serie de torres porque en la parte de arriba puede que hubiera estructuras de vigilancia", asegura González.
Damos otro salto en el tiempo a mediados del siglo XVI y es un avance de la ingeniería. Se nota en la forma de las piedras y las grapas metálicas en ambos lados. El puente de Herrera se construyó en la época de Felipe II para facilitar el camino hacia el Monasterio del Escorial.
Tiene una anécdota. "Cuando la corte de Felipe II venía por aquí, este puente no existía. Tenían que pasar por donde el río fuera menos crecido. Parece ser que hubo un cronista dejó escrito que en ese proceso de atravesar el río, un asesor al que el rey tenía mucho cariño falleció ahogado. Y por ello, Felipe II mandó construir este puente. Para que cuando fuera el paso de la corte no sufrieran accidentes", explica el historiador.