Miguel Ángel Campano, una de las figuras fundamentales de la llamada renovación de la pintura española de los ochenta, desarrolló cuatro décadas de apasionada devoción por la pintura, en las que abordó un sinfín de estilos que el Reina Sofía reúne ahora en una exposición.
"La exposición, más que una retrospectiva, parece una colectiva”, ironizaba hoy martes el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, durante la presentación de "D'après", la exposición dedicada al autor, marcado por una arrolladora personalidad y fallecido el año pasado.
'D'après', que permanecerá hasta el 20 de abril de 2020 en el museo madrileño, está comisariada por Borja-Villel, y dos de las comisarias del museo, Beatriz Velázquez y Lidia Mateo Leivas. Los tres han organizado un viaje formado por más de cien obras que embarcan al visitante en un viaje cronológico por la vida del pintor. "Es una exposición que sorprende, es divertida y fiel a la personalidad de Campano", explicaba hoy durante Lidia Mateo Leivas.
Exposición cronológica
Campano (Madrid, 1948-2018) creó a lo largo de su trayectoria una serie de "universos simbólicos" a partir del análisis de otras figuras del arte con las que se obsesionaba: Poussin, Delacroix, Cézanne, Guerrero o Gris. Un serie de universos que transitan por la figuración geométrica, la abstracción de grandes formatos, los estudios de color, o una serie de figuras en blanco y negro.
Con una curiosidad insaciable y muy metódico, Campano vivió una de las etapas más intensas de la pintura española, los ochenta. Un periodo marcado por la apertura internacional del país tras la llegada de la democracia, y con compañeros de viaje como Miquel Barceló, José María Sicilia, José Manuel Broto o Ferrán García Sevilla.
Campano cuestionó la pintura desde dentro de la pintura. Siempre trató de "restituir la primera mirada, y solo lo conseguía mientras estaba pintando", explicó Mateo Leivas.
Tras sus inicios en la figuración geométrica, el lenguaje gestual impregna toda su producción a partir de los setenta. Para "Vocales", una serie de 1979-1981, se inspira en un soneto de Rimbaud, en el que asocia imágenes, letras y colores.
En los ochenta, su carrera se desarrolla a medio camino entre Mallorca y París; en la capital francesa e obsesiona con autores como Delacroix y Poussin, al que consideraba un contemporáneo. El autor parte cuadros de estos autores para hacer claras alegorías a través del color.
Esta obra, marcada por la abstracción y el trazo frenético, da un giro en los noventa con la llegada de su serie en blanco y negro, sobre los que destaca "Elias (d'après Daniel Buren)", una obra que despliega en las paredes a modo de instalación, con pequeños lienzos irregulares, en la que muestra su sintonía con el artista conceptual francés.
Ya en los 2000, la incansable curiosidad del autor, cuya salud ya estaba afectada por un derrame cerebral, se traslada a experimentar con el color y usa como lienzo el lungui, un tejido tradicional indio de vivos colores y entramados geométricos.
Además de seguir pintando hasta el último momento, al final de su vida traslado su experimentación a la escultura, con unas curiosas y modestas producciones bautizadas como "Patrañas", en los que usaba materiales que tenía a mano: colillas, azucarillos o bastoncillos.
Esta última experimentación del pintor remata el complejo mosaico de estilos que conforma la exposición y con el que los comisarios escriben una minuciosa revisión y ponen en orden la trayectoria de Campano, que murió el año pasado (agosto de 2018) dejando tras de sí uno de los legados más complejos de la reciente pintura española.
El artista tuvo participación directa en esta muestra y la noticia de la exposición le hizo recuperar fuerzas en la última etapa de su vida, según explicó Borja-Villel.